Aún te siento
y te respiro cerca
quiero volver a trenzarme
en un sueño contigo
que derrames tu fuego en mi fuego.
Vuelve a tatuar en mi piel
la ternura de tus manos
te pienso
y entre mis muslos corre el río
que revela el recuerdo
de tu mirada, tus labios
y tu calor.
Mi hombre salvaje
báñate en mi río
que sea tu santuario
vuelve a clavar en mi cuello tu mordida
vacía en mis oidos ese rugido leonino
que esta loba esta hambrienta de ti
sedienta de tus manantiales
y cordilleras.
Quiero sentir tu pasión en mis venas
en mi carne y esqueleto
quiero que tu alma solar
habite de nuevo en mi alma lunar
más allá de la piel
más allá de lo evidente
Ríndete
Ríndete
Ríndete a los misterios
que escurren de nuestra danza
de tu color con el mío
Luna y Sol, Sol y Luna
Luna y Sol, Sol y Luna
acordes provocando
fluyendo en el gozo de vivir.
Quiero contemplar tu piel
desnuda junto a mi
trenzar tu cabello
para trenzar mi ternura a tus recuerdos
que me ahogue su negra cascada
renacer aferrada a ti
con tus mares latiendo dentro de mi.
Que paisaje tan soñado
eres para mis ojos
quiero volver a recorrer cada valle
con mis labios
y llenarlo de mi lluvia
con el deseo de que
las flores que sembramos
no se nos marchiten.
Que no se nos marchiten las flores
que no se nos marchiten las flores
que sigan incandescentes
para seguir pintando
ese bello lienzo
con el arte de nuestro placer.
(Leyenda maya) Los mayas, más viejos y sabios, cuentan que los dioses crearon todas las cosas de la Tierra. Y a cada animal, a cada árbol y a cada piedra le encargaron un trabajo. Pero, cuando ya habían terminado, notaron que no había nadie encargado de llevar los deseos y los pensamientos de un lado a otro. Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y tallaron una flecha. Era una flecha muy chiquita. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la flechita salió volando. Ya no era una flechita, porque estaba viva. Los dioses, habían hecho un colibrí. Era tan frágil y tan ligero el colibrí que podía acercarse a las flores más delicadas sin mover uno solo de sus pétalos. Sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia y reflejaban todos los colores. Entonces los hombres trataron de atrapar al pájaro precioso para adornarse con sus plumitas. Los dioses se enojaron y ordenaron: “si alguien lo atrapa, el colibrí...
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