No tenemos una cara sino mil caras distintas, todos cambiamos a lo largo de la vida, cada que nos miramos al espejo nos reencontramos a veces sin reconocernos del todo en un rostro. Ni el crecimiento ni la vejez pueden destruir la esencia del individuo, solo cambia en su aspecto físico, lo externo. Todos somos actores, personas, personajes, todos representamos papeles que la sociedad nos ofrece, nos moldeamos a nosotros mismos tanto en función a los demás, que asumimos la máscara o persona que la vida nos asigna, nos creamos un tipo, esto va de la mano con expresarnos a través de las prácticas culturales relacionadas a nuestra imagen.
Muchas veces, la máscara se traga el rostro. Conforme vamos creciendo vamos llenando de prejuicios nuestra vida, cuerpo y mente, y mas gruesa es nuestra mascara.
Los niños por ello a veces nos ofrecen rostros verdaderos y espontáneos. Son valientes.
No debemos estancarnos en un rasgo distintivo por que aunque sea identificable, no expresa enteramente la esencia de alguien. Aunque esto se debe un poco a nuestro proceso de percepción.
Muchas personas ofrecen rostros perfectos, actitudes pulcras, sus mascaras están tan bien elaboradas, que su rostro verdadero se pierde debajo. Otras se estancan en una identidad que les da seguridad.
Pero lo interesante es volver a ser niños, ser valientes, buscar ese verdadero rostro, usando la mirada como bisturí que pueda desgarrar la piel, traspasar la superficie y encontrar su esencia. Si, es difícil ir por la vida desnudo, vulnerable, pero también lo es ir pesado, cargado de cubiertas y caretas. Pero ¿por que esconderse?, vanidad, ego, inseguridad, miedo, por eso tal vez nadie se conoce a si mismo, el mundo es una mascara. Nacemos desnudos y morimos encerrados, presos. Incluso, la tumba es una máscara para el cadáver, una cubierta de negación, con un epitafio que es otra máscara. Pero ¿por que escondernos incluso después de la muerte?. El ataúd y la tumba son otras mascaras que cubren un cuerpo en putrefacción, que cubren la mortalidad como condición humana.
Todas las máscaras deshumanizan, pero a la vez son una construcción humana.
Las mascaras nos impiden vivir en plenitud real, nos aplastan y reprimen. Sin embargo, el fin del Arte como practica humana, es rescatar esa humanidad, imprimir vida en la obra.
Pero lo interesante es volver a ser niños, ser valientes, buscar ese verdadero rostro, usando la mirada como bisturí que pueda desgarrar la piel, traspasar la superficie y encontrar su esencia. Si, es difícil ir por la vida desnudo, vulnerable, pero también lo es ir pesado, cargado de cubiertas y caretas. Pero ¿por que esconderse?, vanidad, ego, inseguridad, miedo, por eso tal vez nadie se conoce a si mismo, el mundo es una mascara. Nacemos desnudos y morimos encerrados, presos. Incluso, la tumba es una máscara para el cadáver, una cubierta de negación, con un epitafio que es otra máscara. Pero ¿por que escondernos incluso después de la muerte?. El ataúd y la tumba son otras mascaras que cubren un cuerpo en putrefacción, que cubren la mortalidad como condición humana.
Todas las máscaras deshumanizan, pero a la vez son una construcción humana.
Las mascaras nos impiden vivir en plenitud real, nos aplastan y reprimen. Sin embargo, el fin del Arte como practica humana, es rescatar esa humanidad, imprimir vida en la obra.
SELKET YHAY
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