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Ábrete corazón

Estamos tan acostumbrados a “aprender” del dolor, de experiencias traumáticas, de momentos llenos de frío y abandono, que nadie nos enseña a aprender desde el amor, desde el calor, desde experiencias cálidas y entender palabras sabias, que golpean duro la conciencia pero son dichas con tanto amor que te hacen llorar de felicidad, aún con tu mente explotando, agradeces el aprendizaje, que es tajante, si, pero a la vez dejas que te llene de amor la palabra y la experiencia. Eso fue en parte para mi la ceremonia cacao, corte de lazos energéticos y el temazcal al que asistí hace unos días. No creí que la experiencia me dejaría tan cansada, pero la verdad es que siento que me tocó tan profundo que necesite dormir todo un día y toda una noche para asimilar lo aprendido e integrarlo a mi ser. 

 Nunca había sentido tan fuerte mi corazón, me considero una persona empática y hasta cierto punto vulnerable, sobre todo al momento de crear, cantar y bailar, pero la forma en que el cacao, preparado en altas concentraciones y según recetas ancestrales y tradicionales te abre el corazón es igual a sentir que una flor verde y luminosa se abre en tu pecho, e ilumina, e inmediatamente quieres compartir, compartirte, mirar al otro como te haz olvidado de verlo, como tu hermano de vida. 

Mi corazón me hablo muy fuerte, y le crecieron alas, súbitamente quise abrazarme, amarme, cantar, ser feliz, hacerlo feliz, tanto que creo que no olvidare de nuevo su voz, y le haré caso a todo lo que me diga. Entendí con la guía de nuestra mujer medicina, que es difícil escucharlo porque a veces estamos muy ocupados tratando de lograr que el otro lo reconozca, lo ame, lo valore y enfocamos siempre nuestra atención hacia lo externo, al reconocimiento, a las expectativas, que nos olvidamos de que cada latido es un estallido interno de amor, de vida. 

No hay nada más amoroso que ese impulso de vida que nuestro corazón, que nosotros mismos nos damos entre 60 y 100 veces por minuto. Pero lo damos por sentado. En realidad damos por sentado cada órgano de nuestro cuerpo, cada respiración, y agradecerlo es un acto de amor hacia nosotros mismos, reconocernos mágicos, reconocernos capaces de darnos vida, aunque lo creamos imposible, pues somos un aparato simbiótico en perfecta armonía. Este es motivo suficiente para ser felices, sin esperar a que las circunstancias externas lo hagan, es entender que mientras nos tengamos a nosotros mismos, es suficiente, y desde ahí compartirnos, y dejar que el otro nos enriquezca, pero nuevamente, muchas veces vivimos esperando encontrar todo el alimento y todo el amor de afuera hacia dentro. 

 Abrir el corazón, no solo significa abrirse a recibir, significa abrirse a entenderlo, conocerlo y sentir todo el amor y guía que él, desde su morada en nuestro pecho, es capaz de entregar a cada vena y fibra de nuestro ser, y que por tanto es fuente infinita de luz, y que no queda mas remedio, por su cauce natural, que ese amor se proyecte hacia el exterior, hacia tu hermanito de al lado. Por tanto entiendo que no importa el abuso, el temor, el dolor, la pérdida, si esa flor verde de tu pecho se mantiene fluyendo en energía de vida. Hace tiempo hice una ilustración que sin querer refleja un poco de la experiencia con la ceremonia. Por eso volvemos de cierta forma a ser niños, porque es cuando más pura y luminosa es la flor de nuestro pecho, y, aunque las circunstancias la van opacando, la naturaleza sabia de savia siempre nos devuelve a nuestra propia naturaleza humana. 

 Este entendimiento fue tan fuerte que al momento de corte de lazos energéticos con un cuchillo de obsidiana, no tuve miedo de liberarme de todo aquello que me mantenía atada, al trauma, a las expectativas, al dolor, a otras personas que generaban en mi una ilusión de seguridad. Sentí esa liberación mas fuerte en mi espalda, las expectativas de cargar con mucho que no es mío sino impuesto por otros. 

 Al momento de entrar al temazcal, no sabia que esperar, había leído y escuchado experiencias y siempre me pareció un ritual lleno de significado. Recordé en la experiencia el final del recorrido de la ruta espiritual Inca, que termina en una cueva en la selva amazónica para al final renacer. Estar en la oscuridad hirviendo del temazcal es estar en el vientre de la madre tierra nuevamente, gestándonos con diferentes y nuevas intenciones, dejando morir también partes de uno mismo. El calor y la medicina estando dentro era tan relajante y placentero, que me sentí llena de una gran felicidad y placer de vivir, de ser, de compartir ese vientre con otros, de estar en un proceso de gestación de una nueva versión de mi, mas genuina, mas humana y amorosa. Me di cuenta que el temor a la oscuridad es mas sencillo de sobrellevar con tu corazón iluminando el camino, y en compañía de otros con cantos y percusiones. Con todo ello la oscuridad no se siente, y al abrir los ojos no veía nada, pero mi alma si, ahí dentro estaba radiante de una luz que no se ve con los ojos físicos. 

Salí agradecida de que mis guías y mi voluntad me llevaran hasta el final. La noche siguió llena de compartir cantos y amanecí llena de una paz que hacía tiempo no sentía. Al regresar a casa, me siento llena de amor, (y de piquetes de insectos) y como si me hubieran crecido flores en el pecho y en mi cabeza. 

Ometeotl 

Selket Yhay

Gracias infinitas a Nia Suspiros de Colibrí y a Jaime  por hacer posible esta bella experiencia





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