“(…) digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.”
Mario Benedetti
Quiero hablar del tiempo, porque lo relaciono con la espera de la muerte. Cuando hablo de él nunca pienso en el pasado, sino en aquel que transcurre, que da a luz un segundo y luego lo mata. El tiempo es una madre cruel.
Si el tiempo fuera liquido, los segundos serian gotas, nos iríamos hundiendo hasta morir de asfixia. Nuestras lágrimas salen cuando el tiempo nos inunda por dentro y se derrama a través de nuestros ojos, esos blandos cristales por los que el alma lo mira transcurrir.
El tiempo tiene conciencia propia, porque me quita el sueño, ¿será porque en los sueños no existe, y no quiere ser olvidado?, o cuando hace mis esperas más largas, me conoce, se burla de mi cuando quiero matarlo, y me perfora de impaciencia con golpecitos en la mente.
“Tiempo al tiempo”, unos dicen. Tremenda contradicción; es alimentarlo, llenar su ego, reflejarlo en un espejo que atraviesa como un portal, que lo hace más largo y cruel.
Pensar en él me quita el tiempo, ironía que alimenta su conciencia narcisista, y una vez más me recuerda su existencia, me envuelve en un círculo vicioso de segundos estancados.
¡No más pensar en él, ni en cómo matarlo!, pero ¿cómo dejar de mirarlo y escucharlo, si esta frente a mi siempre?, no quiere que lo olvide el muy egoísta.
Entonces en un impulso de vida miro las aves, miro las plantas cubiertas de lluvia. La lluvia son segundos que se suicidaron para adelantarse a su madre el tiempo. Y luego pienso en eso, precisamente en eso: suicidio. No dejaré que me mate; no llenare su ego con mi inútil vida de anciana, ni le daré mi último y lastimero suspiro. Pero el suicidio es hacerle saber que ganó.
Escucho de pronto que la vida me reclama, me recuerda que está ahí también. Aunque él mata, ella aparece después, desquiciándolo, llenándolo de ira. Nunca la podrá matar para siempre.
Entonces vuelvo a mirar las aves; ellas no saben que el tiempo existe, no saben que van a morir. A ellas no les quita el sueño, solo viven, vuelan, se bañan en la lluvia (segundos suicidas), y mueren.
¡O bendita razón que nos separas de la naturaleza y nos haces inventar segundos, horas, días, meses, años para cuantificar nuestra existencia!
Ahora lo entiendo, si el tiempo no existe para las aves, no debería existir para mí, pues somos hijas de la misma madre: la vida. Ella es lo único que existe, nunca se acaba, nunca muere, siempre renace.
Algún día la vejez me bañará el cuerpo de pliegues, pero quiero llegar a ella también con arrugas en el alma. Cuando sea anciana, mis ojos se llenarán de recuerdos, y no de tiempo. Él seguirá ahí, amenazando con matarme, pero la vida me habrá inundado, dejándole un pequeño lugar reservado para el reloj.
Las arrugas llenarán mi piel y mi alma, por que habré dejado una esperanza en el mundo encarnada en mis hijos; habré hecho llorar con mi canto a un público; habré plasmado cada sentimiento y vivencia en pinturas y dibujos; habré alzado mi voz para denunciar la injusticia; habré conocido, si bien no todo el mundo, cada parte de mi itinerario; habré hecho el amor, me habré desbordado del calor de nuestras pieles unidas, lo suficiente para apagar todo deseo de mis entrañas.
Si tengo suerte, antes de morir entre tus brazos, anhelaré que, algún día, renazcamos siendo aves, y así volar, cantar, bañarnos en la lluvia sin pensar en ese artificio que nos roba la vida: el tiempo.
Selket Yhay
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Técnica digital: collage de fotografías e imagenes en Photoshop.
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