-Que sabor de placer aci-dulce tan paradisíaco; debió haber sido una pera y no una manzana la que mordieron Eva y Adán- dijo ella.
-Es bueno saber que este fruto está libre de pecado y, aun así, sigue teniendo un jugo tan delirante – contestó él.
Una carcajada de gozo resonó a través de sus gargantas.
El sabor amargo de la cascara se cruzo entre su éxtasis y arrugaron la cara.
Sera que nunca les gustaron las cascaras y cortezas que albergan dentro chorros tan dulces como perfume de campanas, o tan bellos, como destellos acuosos. Tal vez porque al mirar esas cubiertas de amargura, muchos pierden la oportunidad de conocer y palpar la carnosidad que envuelven.
Eso fue lo que no ocurrió con ellos dos que, tan radiantes, decidieron desplumar sus pieles y conocer sus adentros. Fue justamente ese relleno invisible el que los hizo enamorarse; descubrir ese interior les otorgó la dicha de estar juntos deleitando su alma con peras.
-¿Sera que debemos aprender a morder las cascaras para descubrir el sabor de ese mar de escalofríos jugosos que yace dentro?- él preguntó.
-Sí, pero nunca me han gustado las cascaras, ni siquiera las de fruta, así sean tan delgadas como una túnica de cristal o tan suaves como aliento de lino, tan rugosas como un gruñido de piedra o espinosas como un eco de alfileres, así se pinten de verde, rojo, anaranjado o amarillo.-
Sus dientes perforaron la superficie verde para que escurriera por sus labios la esencia de aquella herida.
-Pero he de morderlas todas, para no perder la dicha de beber ese elixir y así conocer, ver y sentir, el verdadero sabor de la vida.- concluyó ella.
El se acerco lentamente para darle un beso y le mordió los labios.
-El néctar de tu boca es aun más embriagante que el de cualquier otra fruta- le dijo.
Y se quedaron contemplando el cielo, preguntándose si se trataba de una cascara azul que envuelve la tierra.
Selket Yhay
-Es bueno saber que este fruto está libre de pecado y, aun así, sigue teniendo un jugo tan delirante – contestó él.
Una carcajada de gozo resonó a través de sus gargantas.
El sabor amargo de la cascara se cruzo entre su éxtasis y arrugaron la cara.
Sera que nunca les gustaron las cascaras y cortezas que albergan dentro chorros tan dulces como perfume de campanas, o tan bellos, como destellos acuosos. Tal vez porque al mirar esas cubiertas de amargura, muchos pierden la oportunidad de conocer y palpar la carnosidad que envuelven.
Eso fue lo que no ocurrió con ellos dos que, tan radiantes, decidieron desplumar sus pieles y conocer sus adentros. Fue justamente ese relleno invisible el que los hizo enamorarse; descubrir ese interior les otorgó la dicha de estar juntos deleitando su alma con peras.
-¿Sera que debemos aprender a morder las cascaras para descubrir el sabor de ese mar de escalofríos jugosos que yace dentro?- él preguntó.
-Sí, pero nunca me han gustado las cascaras, ni siquiera las de fruta, así sean tan delgadas como una túnica de cristal o tan suaves como aliento de lino, tan rugosas como un gruñido de piedra o espinosas como un eco de alfileres, así se pinten de verde, rojo, anaranjado o amarillo.-
Sus dientes perforaron la superficie verde para que escurriera por sus labios la esencia de aquella herida.
-Pero he de morderlas todas, para no perder la dicha de beber ese elixir y así conocer, ver y sentir, el verdadero sabor de la vida.- concluyó ella.
El se acerco lentamente para darle un beso y le mordió los labios.
-El néctar de tu boca es aun más embriagante que el de cualquier otra fruta- le dijo.
Y se quedaron contemplando el cielo, preguntándose si se trataba de una cascara azul que envuelve la tierra.
Selket Yhay
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